sábado, 29 de marzo de 2008

La mente, ese dilema




 
La mente, ese dilema
A.C. Grayling, profesor adjunto de Filosofía, Birkbeck College, Universidad de Londres.
 
Desde Descartes, los filósofos están empeñados en dilucidar las relaciones entre el mundo material, el cuerpo y la mente. ¿Acaso estamos a punto de encontrar una respuesta, o siguen siendo los procesos mentales tan inaprehensibles como siempre?

E
ntre las preguntas más importantes que aún no han resuelto los investigadores figuran las relativas a la mente y su función en la naturaleza. ¿Qué es la mente, y qué relación guarda con el cuerpo?
Con Descartes, el dilema mente-cuerpo quedó bien definido. Sostenía que cuanto existe corresponde a la categoría de sustancia material o la de sustancia pensante. Descartes definía la esencia de la materia como la ocupación de espacio, y la esencia de la mente, como el pensamiento. Ahora bien, al establecer tal distinción suscitó el problema aparentemente insoluble de cómo se produce la interacción entre ellas. ¿Cómo un suceso físico, pincharse por ejemplo, se convierte en el suceso mental que es la sensación de dolor? ¿Cómo el suceso mental que es pensar "es hora de levantarse" origina el suceso físico de salir de la cama?
El propio Descartes no supo dar respuesta, y sus sucesores (sobre todo Malebranche y Leibniz) tuvieron que recurrir a soluciones heroicas. La estrategia de ambos consistió en aceptar el dualismo, pero alegando que, en realidad, no hay interacción entre la mente y la materia; su aparente existencia es el resultado de la acción oculta de Dios.
Una alternativa más plausible es el monismo, planteamiento según el cual sólo hay una sustancia. Saltan a la vista tres posibilidades: que sólo hay materia; que sólo hay mente; que hay una sustancia neutra que origina la mente y a la materia. Cada una ha tenido defensores, pero la primera opción –la reducción o anexión de todos los fenómenos mentales a la materia– es la que ha ejercido mayor influencia.
Así, impulsada por los avances de la psicología empírica, surgió una respuesta a los planteamientos dualistas de la mente: el conductismo, la teoría de que conceptos mentales como el dolor, la emoción y el deseo han de traducirse en el comportamiento observable.
Entre sus defensores en el siglo XX se encuentran los psicólogos B. F. Skinner y J. B. Watson, y los filósofos Gilbert Ryle y W. V. O. Quine. Entre unos y otros existen grandes diferencias, pero todos se enfrentan a una misma dificultad: no logran eliminar las referencias a la creencia y al deseo como elementos centrales de nuestras explicaciones del comportamiento. La mera descripción del cuerpo de un hombre que entra en una tienda y sale con un paquete de galletas, por ejemplo, no llegaría a explicar gran cosa sin hacer referencia a su deseo de galletas y a la creencia de que podría conseguirlas en la tienda.

Psicología popular y ciencia moderna
Un enfoque materialista es el de la "teoría de la identidad", según la cual los estados mentales son idénticos a estados o procesos del cerebro.
Basándose en esta teoría, algunos filósofos sostienen hoy que, a medida que avance la neurociencia, iremos eliminando el vocabulario impreciso y anticuado que solemos usar para referirnos a lo mental. Dos defensores de este punto de vista, Patricia y Paul Churchland, afirman que para la neurociencia futura la actual "psicología popular" será lo que para la medicina moderna es la antigua creencia de que la enfermedad es fruto de la posesión diabólica. Pero cabe aquí hacer la misma objeción imputable al conductismo, a saber, que nuestro vocabulario en materia de creencias y deseos parece indispensable para explicar las acciones humanas.
No obstante, las investigaciones en neurología proporcionan argumentos para aceptar la existencia de una relación estrechísima entre los fenómenos mentales y los neurológicos.
Dadas las dificultades para identificar esa relación de manera precisa, se han propuesto diversas estrategias para abordar la reflexión. Una es aceptar que nuestra manera de hablar de los fenómenos mentales y físicos es irreductiblemente diferente. Imaginemos, por ejemplo, cómo describirían un partido de fútbol un sociólogo y un físico, cada uno centrándose en los aspectos propios de su especialidad. Sin embargo, ambos estarían describiendo lo mismo.

La insondable conciencia
Por otra parte, la conciencia puede resultar más fácilmente comprensible que la relación entre mente y cuerpo: después de todo, cualquier persona capaz de pensar es íntimamente consciente de ser consciente. Pero la conciencia es el misterio más desconcertante al que han de hacer frente la filosofía y la neurología. Algunos filósofos piensan que es algo demasiado difícil para que la inteligencia humana pueda comprenderlo. Otros afirman que no existe la conciencia y no somos más que unos zombis muy complicados. Desafiando estos planteamientos, los investigadores han aprovechado los nuevos medios de investigación, especialmente los aparatos para escanear el cerebro y observarlo en pleno funcionamiento. Gracias a ello se ha hecho un gran avance en el conocimiento de las funciones cerebrales y la correlación entre zonas cerebrales y determinadas capacidades mentales.
Subsiste sin embargo el problema capital de cómo surgen en la mente imágenes coloreadas, olores y sonidos evocadores. Una teoría reciente del neurofisiólogo Antonio Damasio es que la conciencia empieza como una consciencia autorreflexiva, lo que constituye un nivel primitivo de identidad, una intensa, aunque vaga, consciencia de ser. Las relaciones emocionales y los objetos externos construyen a continuación un modelo del mundo, una sensación de saber que proporciona a cada uno de nosotros la impresión de ser a la vez el propietario y el espectador de la película que se proyecta en nuestro cerebro.
Según estas teorías, la conciencia surgió entre los mamíferos superiores como ventaja para la supervivencia. Los mismos seres que son meros autómatas biológicos, aun siendo muy sensibles a su medio, no se adaptarían tan bien como los que son genuinamente conscientes.
El debate en torno a la mente ha alcanzado consenso en cuanto a que forma parte de la naturaleza y puede ser estudiada por medios científicos, pero sigue siendo un misterio qué es en sí y cómo se relaciona con el resto de la naturaleza. El siguiente salto en su conocimiento llevará seguramente aparejada una revolución conceptual y científica de tal magnitud que hoy no podemos ni imaginar.
 
 
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